Son las ocho de la
mañana y toca el despertador. Joder, con lo bien que se estaba en la cama.
¿Quién se levanta un sábado a las ocho de la mañana? ¿Qué hace el despertador
sonando a esta hora? ¿QUÉ CLASE DE BROMA DE MAL GUSTO ES ESTA? Voy a cerrar los
ojos de nuevo cuando suena el WhatsApp: «Sí, yo te recojo. A las nueve menos
diez más o menos. ¿Dónde vives, a todo esto?». El nivel de ira sube por las
nubes. ¿Qué estás diciendo, Tinoco? Oh, más arriba hay mensajes míos de las dos
de la mañana pidiendo que pase por mi casa…
¡OSTRAS! ¡QUE HOY
ERA LO DE GRANADA!
De repente, el
cabreo deja paso a los nervios, la ilusión y la emoción. El sueño, que muchas
veces es reparador, en mi caso particular me deja bastante noqueado. Hay días
en los que me he levantado sin saber ni siquiera cómo me llamo ni dónde estoy.
Pero basta de hablar de mí.
Este pequeño
delirio sirve como introducción para un texto especial con motivo de El Fin De
Semana. Porque así es como va a quedar para los restos, para la historia: en
mayúsculas. Y quiero compartirlo con todos los aficionados del Club Baloncesto
Morón, porque es la contra-crónica de la conquista de Granada. Como bien
sabrán, un nutrido grupo de aficionados nos dirigimos a ver el derbi en tierras
nazaríes. Unos fueron en bus, pero la gran mayoría fuimos como una punta de
lanza, una primera avanzada, en nuestros coches.
En nuestro pequeño
grupo de espartanos se notaba el sueño cuando nos reunimos en la Plaza de Toros
para salir todos juntos. El sueño, pero también la emoción. No me duelen
prendas en reconocer que algunos íbamos con la idea de que pasaríamos un buen
fin de semana, pero que el partido… bueno, ya se lo imaginan. Pongo siempre en
las previas y crónicas que es un derbi, que puede pasar de todo, bla bla bla,
pero hay que ser un poco realistas. Aunque eso no quita que, en el fondo,
hubiese una vocecilla que decía «¿y sí…? Por cierto, no has cagado antes de
salir y hasta que no lleguemos al hotel te vas a tener que joder».
Y esa vocecilla,
esa punzada de ilusión, se agrandaba conforme llegábamos a Granada. Nosotros
soltamos las cosas en el hostal Azahar y cambiamos el chip. Las bufandas al
viento, los colores del equipo en camisetas y el corazón y la promesa de
cerveza y tapa por el centro lograron un efecto que se multiplicó del todo
cuando llegamos a esas calles. Ya sabemos qué pasa cuando los de Morón vamos a
un sitio: siempre encontraremos a otro de Morón. En este caso era obvio, era
gente que había venido antes, gente a la que vemos por la calle, en el Pabellón…
Son amigos, familiares, vecinos. Pero verlos allí, en Granada, con sus bufandas
y camisetas…
El partido se
empezó a ganar en las calles de Granada. Despedidas de soltera por doquier no
eran capaces de llamar tanto la atención como los bernardos que iban agachados
por la calle cantando «SHA LA LA LA LA LAAAAAA OH MI MORÓN». Tras haber
conquistado los bares del centro, empezamos la peregrinación al Palacio de los
Deportes.
Andando.
Estábamos como a
media hora a pie de aquella zona, pero nos daba igual. La euforia (qué
eufemismo más bueno, ¿eh?) nos había invadido. Y lo mejor fue que, en el
camino, nos íbamos encontrando a más moronenses que se unieron a nuestro
concierto ambulante. El autobús había llegado, por lo que, a las puertas del
Palacio, la grada de animación de Morón estaba completa.
Vimos un fenómeno
curioso: gente que en el Pabellón Alameda se muere por animar, pero no puede
porque su zona está compuesta por gente que… en fin, no es su rollo. Y claro,
eso cohíbe un poco. Y en Granada, todas las voces se rompieron juntas para
callar a cuatro mil personas. Y eso que no teníamos megáfonos y nos quitaron
las vuvuzelas (quizá era demasiado abuso lo que se vivía en la cancha). El
éxtasis nos alcanzó con cada triple. Cada defensa exitosa era un paso más hacia
una afonía dolorosa, pero placentera. Y el delirio final, la comunión de grada
y jugadores, la despedida en las puertas del Palacio y la celebración posterior
fueron la imagen perfecta en la que se resume esto: lo hermoso del baloncesto y
del Club Baloncesto Morón, que consigue estrechar lazos entre sus aficionados;
que hace de un fin de semana en una ciudad tan hermosa como Granada algo que
quedará a fuego en la memoria de los que estuvimos allí. Niños y mayores
cantando y saltando. Desconocidos abrazándose. Porras del bombo alzando un
vuelo de pura felicidad.
We few. We happy
few. We band of brothers.
Yo creo que esto
debe servir como punto de inflexión para los siguientes partidos en casa.
Tenemos tres más de liga regular y el factor cancha es algo más que viable. Si
300 pudimos conseguir ayudar al equipo en un ambiente hostil, qué no
lograríamos si los 800 del Pabellón nos dejásemos la piel como en Granada.
Merece la pena. Y
es de justicia para agradecer a un equipo que tantas alegrías ha dado, nos da y
nos dará.
PD: Permitidme
personalizar, porque aunque nos desplazamos trescientos valientes, quiero
agradecer a mis capos el fin de semana que me han regalado. Así que, David,
Aitor, Abraham, Jesús, Juanje, Dani, Antonio, Pedro David, Eduardo, Juanjo,
López, Serrano y el señor presidente… Gracias.
Juan Luis Mármol.
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